dimecres, 18 de juny del 2008

Apareció entre el gentío de la Quinta Avenida

La mañana era calurosa. Ella, como siempre, observaba la gente pasar desde el banco de enfrente de la pajarería. Pero la tienda hacía un tiempo que estaba cerrada. El dueño se había ido hacía unos meses sin decirle a nadie a dónde se iba ni porqué dejaba un negocio que aparentemente le iba tan bien.

Hacía tiempo que se conocían aunque sólo de vista. No sabían el nombre del otro, pero era curioso como ella echaba en falta verlo cada día abrir la pajarería.

Antonia, que así se llamaba la mujer, se sentaba siempre en aquel banco y hacía el mismo ritual: leía los titulares y dejaba el periódico apartado a un lado. Respiraba hondo y empezaba a valorar si lo que acababa de leer era lo suficientemente importante como para girar la pàgina y dejar de contemplar la vida de los transeúntes. Pese a ser ciudadanos anónimos eran parte de su vida. No sabía su nombre, pero conocía tanto sus secretos como sus problemas.

El hombre que cada día acompañaba a su hijo a la parada del autobús venía de la izquierda y siempre iba después a desayunar a la granja de al lado de la tienda de animales. Había una mujer que venía del lado izquierdo de la calle y cada mañana acudía a la misma cafetería que el otro hombre. No se conocían de nada al principio. Pero siempre se sentaban en mesas la una enfrente de la otra, así que a la fuerza empezaron a intercambiar alguna que otra mirada, después a saludarse y finalmente comenzaron a sentarse en la misma mesa para charlar, aunque al cabo del tiempo se convirtió en algo más que una conversación de "buenos-días".

Antonia durante los 7 años que llevaba vivendo en la ciudad había dedicado las mañanas a observar la vida de los demás hasta tal punto que se le escaparon las lágrimas al darse cuenta de que el anciano del sombreo que cada día paseaba por allí hacía más de dos meses que no lo hacía...

Esta vez, después de dejar apartado el periódico alzó la vista y miró el cartel de "Cerrado indefinidamente" pegado en la barrera de la pajarería. Se preguntó si algún día el propetario volvería. Justo en ese momento apareció él entre el gentío de la Quinta Avenida y sacó un manojo de llaves del pantalón. Abrió la verja, respiró hondo y la alzó empujándola con todas sus fuerzas. Había vuelto. No sabía hasta cuando se quedaría, pero había regresado siendo el auténtico.

Entonces ella lo observó detenidamente, sonrió y se marchó por el mismo lado por dónde él había venido. Pero dejó el periódico en el banco, cosa que nunca antes había hecho. En ese momento, él se giró hacia donde su antigua vecina tendría que estar sentada y no la vio. Por un instante se preocupó, luego se dio cuenta de que su periódico estaba allí. Así que sonrió aliviado y encendió las luces de la pajarería.

1 comentari:

joan ha dit...

bentornada la pajareria!

que santjoanaràs per tgn o què?

ahir nit (dijous) vaig passar amb en cristian per davant de la resi, xo tenies el mòbil apagat... encara que no recordo si tas a mallorca o a la pica d'estats o sota una col o a la gola del llop!

un pató, patufa!

i felicitats per na clop!! :)


º_o